domingo, 24 de junio de 2012

BRUCE... TRES AÑOS DESPUÉS


Fotos malas de mi móvil, crítica del concierto en el Estadio Olimpico de Sevilla (13 de Mayo de 2012) y disertaciones varias... muchas disertaciones varias

La cola nada más llegar




En el libro “El auténtico Springsteen” (una biografía al uso, prologada por, quién si no, Manuel Fuentes), Eric Alterman termina su periplo por las andanzas de Bruce con su descripción de un concierto en París. En su narración de los espectáculos comenta que “a pesar del anti-americanismo de este continente, la capital francesa podría haber sido cualquier ciudad estadounidense durante esta actuación”. Aquí creo que Alterman erra el tiro fulminantemente, si algo tiene un artista de la talla de Springsteen – incluso mas allá de sus méritos creativos – es la capacidad de exportar la experiencia de su show a cualquier recinto del mundo.

Siguiendo esta lógica, Oslo, Copenhaguen o Sevilla podrían haber sido cualquier ciudad del medio oeste americano durante los últimos años de giras de Springsteen. No es un dato que tomar a la ligera, si se ven los vídeos que habitan en Youtube, se podrá ver la complicidad que consigue el de New Jersey con los públicos de diferentes países, es muy parecida. Especial mención se podría hacer del concierto de Barcelona durante la gira de “Tunnel of love”, en la que la audiencia parece entregada desde el minuto cero. (Si lo encuentra, porque de cara a este articulo lo quise ver de nuevo y parece haber desaparecido del Inter-Universo).

No es para menos, creo yo, Springsteen representa – o parece querer representar – el rockero definitivo, el espíritu del entertainer, del cantautor protesta, del maestro de las baladas con suficientes dosis de atrevimiento para que el crítico con experiencia no se llegue a sentirlo como un placer culpable por escucharlo, pero siempre con todo el respeto posible por la tradición folk y soul. Pizcas y elementos de Roy Orbison, Bob Dylan, Elvis Presley, Joe Strummer y Peter Gabriel: todo en uno, con musculatura añadida y vaqueros sudados.

Esa clase de actitud le ha valido no pocas críticas, aún a día de hoy no tengo claro si los Traveling Wilburys – supergrupo formado por George Harrison, Tom Petty, Jeff Layne con los propios Orbison y Dylan – estaban rindiéndole homenaje o cachondeándose de él en el tema “Tweeter and the monkey man”, o cuando David Letterman bromeaba sobre cúal de las siguientes cosas no aparecerían en las letras de Bruce: a) Alguien conduciendo por una carretera, b) alguien conduciendo por New Jersey, c) alguien conduciendo con una chica a su lado, d) Chopsuey. Es comprensible, incluso yo a veces he llegado a pensar que si volvía a escuchar la expresión “union card” (carné de sindicato) en una letra de este hombre, iba a vomitar.

Los fanzines siguen vivos...



Siguiendo con la literatura musical, en su libro “David Bowie, una extraña obsesión”, David Buckley afirma que el autor de “Space Oddity” miraba con cierta envidia la capacidad de Springsteen de presentarse tal y como era frente a su público, mientras que Bowie tenía que recurrir al artificio, a las excusas artísticas pretenciosas, a los excesivos recursos escénicos para conectar con la gente. Buckley, al igual que Alterman es un fan convencido del objeto de su opúsculo y podría poner las cosas en su sítio argumentando que las camisetas ajustadas y los vaqueros lavados a la piedra de Springsteen son tan artificiosos como los mil y un modelitos de Bowie. El arte, pop o no, siempre es artificio, ya sea Donovan, Lady Gaga, Marilyn Manson o Pearl Jam, los cantantes, los actores, los artistas en general, tienden a presentar una imagen que en parte nos da trazos de su personalidad, pero también es aquello que los asesores de imagen creen que va a resultar mas atractivo a los posibles fans.

En este sentido, la actitud de Springsteen de hacer música para “el hombre de la calle”, parece haberle funcionado. De forma casi universal. ¿Cómo se hace eso? ¿Cómo alguien de un país con unas coordenadas culturales y sociales tan diferentes (o eso parece) del nuestro puede hacer que 35.000 personas se gasten una media de 70 euros para ver a este sexagenario desgranar su repertorio durante cerca de 3 horas? La explicación es muy sencilla, al igual que U2 o Madonna – por nombrar otros dos grandes nombres que han pasado por el Olímpico hispalense -, Bruce apela a aquellas partes de nuestro cerebro que aceptamos universales, pero dándoles un giro propio, evitando el síndrome del “mínimo común divisor”. Cuando se trata de Springsteen siempre pongo el mismo ejemplo: al cantar sobre un chico que “trabaja toda la noche para comprar un vestido/anillo de diamantes/inserte regalo a su chica”, el Boss pone en solfa algo por lo que hemos pasado muchos mortales, quiero decir, ¿Quién no ha cogido un trabajo de mierda para comprarle algo bonito a su novia? ¡Por Dios!

Ahora, ese giro propio, que a muchos les podría - y me consta que a veces es así – alienar, es el de un hombre que, efectivamente, coge la carretera (esté viva o no) y recorre las ciudades americanas con sus desiertos repletos de cactus para retratar las obsesiones, los sueños y pesadillas de una nación, la suya, que gracias a la industria del cine y toneladas de referencias en la cultura, es casi también la nuestra. Jordi Sierra i Fabra, escritor todoterreno, ya retrató en un par de ocasiones, de forma mas bien paródica, la obsesión de Bruce por cogerse un camión, la guitarra y la grabadora para buscar nuevos temas para sus canciones. Eso tendría que ser lo excluyente para nosotros, en un país en el que los camioneros van con imágenes de Camarón y escuchando a Camela, Bruce tendría que ser una suerte de dibujo animado, una versión en tebeo del pistolero fuera de su época que lucha por integrarse por una realidad que no entiende.



Nada de eso, quizás por el hecho de cantar en inglés, Springsteen gusta por igual a todas las clases sociales en España, quizás porque muchos no saben qué es lo que dice realmente. Por otro lado, su compromiso con la clase obrera sigue siendo lo bastante fuerte (por lo menos de cara a la prensa), como para seguir situándose lo mas a la izquierda que se puede posicionar uno en los Estados Unidos sin recibir una visita de los Hombres de Negro. Y no solo eso, todavía se le puede ver en cualquier playa, exhibiendo un físico indecente para su edad y cantando su clásico “Born to run” enchufado a una guitarra y ampli baratos. Él es así, accesible y enérgico, un genio de andar por casa.. Obviamente, eso no le libra de tener sus propias sombras, al igual que a Paul McCartney, el obsesionarse en ser representado como “un tipo normal que compone canciones” es un tiro que te puede salir por la culata.

Si Macca cometió el error de creer que el amor de su público le iba a dar una visible victoria moral en su divorcio con Heather Mills, Springsteen cometió todos lo errores de libro que se puede permitir una estrella a la que le acaban de dar la llave del paraíso comercial: se peleó con su manager, grabó un disco diseñado para no vender (“Nebraska”, el primero de varias aventuras depresivo-acústicas), se casó con una actriz y modelo para divorciarse al poco (cuernos con Patti Scialfa de por medio, cuernos fotografiados y tras el divorcio, boda con Patti), y se mudó a Los Angeles (a tomar por culo la clase obrera) para firmar lo que muchos consideran sus dos peores discos: “Human Touch” y “Lucky Town”.

Es aquí donde entronca mi relato personal con la música de Springsteen. Como mucha gente, me veo tentado de escribir un articulo en plan “Bruce y yo”, sobre cómo su música me ha influido, cómo me ayuda a levantarme por la mañana y lo mucho que significa para mi. Pero no soy un fanático del Boss, aunque es cierto que “Human Touch” fue la primera canción que escuché siendo consciente de a quién estaba oyendo. Entrar en contacto con un artista mediante su peor época u obra no es raro. De nuevo, es muy probable que Bowie reciba muchos halagos de parte de adultos que cuentan lo mucho que les gustó “Dentro del laberinto” cuando eran niños, olvidando que en ese momento, David había firmado el deshaucio artístico con álbumes en los que parecía querer imitar sin gracia a Phil Collins o Mark Knopfler.

Otro clásico de los conciertos...


Nunca me compré “Human touch”, ni la otra obra que apareció simultáneamente, ya había empezado a engancharme al progresivo y, para empezar, las portadas de Bruce me echaban para atrás. Comparadas con los diseños de Hipgnosis o Roger Dean, me parecían retratos chapuceros. Pero me gustaba todo lo que iba saliendo por la radio escrito por este hombre, incluso la canción que no parecía gustarle a nadie en mi instituto, “Streets of Philadelphia” me parecía grande, quizás porque para entonces yo entendía ya que el de New Jersey era un maestro y hay que respetar a los maestros porque a veces sus obras mas discretas y menos musculosas ofrecen mas que el enésimo desgaste de adrenalina. Mas tarde vino una canción que, esta sí, me hacia pegar botes cada vez que la escuchaba, “Murder Incorporated”, uno de los inéditos de su “Grandes Éxitos”. Aún no entendía por qué era tan importante que se tocara con la E Street Band o cómo era posible que Scorsese dirigiera un documental sobre él, pero poco importaba.

David Bowie consiguió rechazar su papel como estrella del pop al uso, de trajes caros y música blanda a través de una serie de discos cada vez mas arriesgados y vanguardistas, hasta hacer daño a sus ventas. Por su parte, el Boss dejó Los Angeles y volvió a apostar por la formula de la introspección acústica, “The ghost of Tom Joad” lo representó bajo una luz que pocos habían visto, con una apariencia física y una forma de entregar sus composiciones que enlazaban, de nuevo, con Pete Seeger, Dylan o Woody Guthrie, aunque con una espalda mucho más ancha, que para algo tiene personal trainer . Pero en este caso, lo que lo hacía mas significativo, quizás hasta siniestro, es que se trataba de un cantante al borde de ser un has been (una estrella desgastada, un poco mejor que ser un wannabe, un imitador que nunca llega al nivel de las estrellas de verdad), Springsteen parecía estar suicidando al Dios del Rock.

Momento de reflexión artística


Y en estas, se volvió a reunir de forma permanente – salvo pequeños escarceos eventuales - con la E Street Band, lanzó su caja de 4 Cds “Tracks” e inició una nueva gira internacional cuya manga europea arrancó en Barcelona (que se ha transformado más veces en una ciudad del medio oeste americano en más ocasiones de lo que uno puede recordar), para recordar a todo el mundo quién es “el jefe”. Servidor no pudo asistir a nada de esa gira, en parte por un tema económico, en parte porque las entradas tardaron un parpadeo en agotarse, pero lo que acabó por convencerme (por si hubiera necesidad) de que la música de este hombre me gusta de verdad, aunque nunca me haya planteado comprar TODO lo suyo, fue ver en la biblioteca pública (de aquí, de Sevilla) el DVD de sus conciertos en el Madison Square Garden.

No sé de quién fue la idea de poner DVDs de conciertos usando el proyector y los altavoces del salón de actos, ni sé lo que pintábamos los cuatro gatos (cada uno separado por varias sillas de distancia) sentados como público, viendo como 10.000 neoyorquinos – más los probables adosados de otros rincones del mundo - vitoreaban el nombre de Springsteen en algo que se parecía mas a un abucheo (¡¡¡Bruuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuce!!) que en las ganas locas de unos fans por ver a su ídolo. Como no podía ser de otra manera, la crítica musical del momento trató buena parte de aquel reencuentro del Bruce bombástico y rockero con el desdén que se merecen estas reuniones: que si ya no es lo mismo, que si se han transformado en una parodia... Yo solo podía ver un despliegue de buenas canciones, entregadas con energía y convencimiento, vale, lo de lanzar la guitarra al aire para que el técnico la coja es un detalle un tanto chorra e innecesariamente arriesgado, pero hizo que un compañero de “concierto virtual” y servidor nos miráramos para comentar “¡la madre que lo parió!”. Aunque Mike Rutherford, de Genesis, también puso a prueba a su técnico de guitarras con esta maniobra en su día.

Aquí estamos...


Desde entonces supe que tenía que comprar ese DVD y que tenía que intentar ver a Bruce en directo un día de estos. El problema es el mismo que se suele tener en estos casos, como dice la señora de este crítico, Springsteen se ha transformado en un punto en la distancia, salvo que uno esté dispuesto a echar horas y horas en la puerta del recinto en el que va a tocar. Llegados a este punto, podría decir que los fans del de New Jersey son muy hardcore, que viven la música de su ídolo como nadie y bla, bla, bla... Para ser sinceros, conozco especímenes muy sacrificados por los artistas mas diversos, hasta yo he ido a otro país – en tres ocasiones – para ver a un grupo en particular. Cierto es que los fans de Springsteen tienen una conexión muy especial con el cantante, en parte por la propia cercanía de los temas que trata, en parte porque el propio cantante ha intentado siempre tener la mayor conexión posible con su público, dentro y fuera de los recintos en los que toca.

Básicamente, es difícil verlo de cerca porque tiene muchos fans, que estos sean mas agonía que los admiradores de otros artistas se puede dejar abierto a debate porque también es complicado ver a Lenny Kravitz o a Bono en primera fila. Si uno suele actuar frente una media de 10.000 personas, ponerse el primero siempre va a ser complicado. Afortunadamente, incluso para esto, Bruce tiene una política especial, pero ya me extenderé sobre ello mas adelante.

Tras un par de giras con la E Street Band, Springsteen recaló en el sur para tocar los temas de su tributo a Pete Seeger, “We shall overcome”, una propuesta folkie y alejada de su vertiente mas rockera. Me planteé ir de forma muy breve, a fin de cuentas no era la clase de espectáculo que quería ver de parte de este hombre, así que lo dejé correr. Obviamente, no fui el único que pensó así, la venta de entradas en toda la gira se resintió y por una vez, uno podía verlo de forma más relajada. Puede que el error fuera contratar grandes recintos y algún estadio para lo que parecía ser, básicamente, un divertimento de artista consagrado. En contraste, cuando realizó su tercera incursión en el terreno de cantautor oscuro, “Devil and Dust”, los pequeños teatros vendieron todo el papel a la velocidad de la luz. Todavía me acuerdo de la sonrisa condescendiente de una azafata del londinense Royal Albert Hall – yo estaba allí por otro concierto y su aparición acústica era apenas unos días después – cuando le pregunté si quedaban entradas para el show de Bruce, como diciendo “llegas muuuuuuy tarde”.

Aquí estamos, toma 2


¿Llegaría a ver al Bruce rockero antes de que tuviera que hacer sus rutinas escénicas sobre una silla de ruedas? Lo mas cerca que estuve, antes de volver de Madrid en una ocasión, fue pasar cerca del Palacio de Deportes, momentos antes de que empezara un concierto de la gira “Magic”.

Por suerte o por desgracia, el ayuntamiento de mi ciudad, Sevilla, llevaba años con la táctica de traer grandes artistas internacionales al Estadio Olímpico, en una maniobra que se asemeja al pretérito presidente del Sevilla FC, Luis Cuervas, cuando traía a una gran nombre del fútbol por temporada, dejando las arcas del club tiritando. El estadio pertenece a esa época en la que soñamos con ser sede de unos Juegos Olímpicos, una estructura que se propuso hasta para albergar a los dos equipos de fútbol de la ciudad, y por supuesto, con los años se ha intentado darle todas las salidas posibles, con ,a veces, resultados exiguos. Sevilla puede que tenga un color especial, pero su querencia por la música es un poco extraña. Los continuos “pinchazos” de los mas diversos artistas – el concierto de los Guns'n'Roses del 92 tiene tintes de desastre épico, por tratarse de una banda en su mejor momento comercial – en la capital hispalense han provocado la alergia de muchos grupos a la hora de visitarnos.




Si está leyendo este artículo, ya sabrá que Springsteen no llenó en esta, su última visita, tal y como han relatado muchas reseñas. Ahora, tampoco agotaron el papel ni U2 ni Madonna, ni el propio Bruce hace 3 años. Ergo, no entiendo la sorpresa de este articulo, ni la de un tal “Lester Bongs” - ah, el fino humor – en una charla digital con el mítico Diego Manrique. Le tengo mucho cariño a Manrique, la suya fue una de sus voces que narraron el primer concierto que vi de Genesis en su totalidad – por televisión – y me gusta mucho el tono ácido que le pone a todo lo que escribe, aunque a veces exagere. A él le tocó poner los puntos sobre las ies al respecto a lo que sucede en Sevilla, recordando una discusión con Richard Branson sobre la apertura de un Virgin Megastore y el batacazo posterior. Yo no sabía que se nos conoce como “la excepción sevillana”, pero está claro que en el grueso de la población hispalense no entra el gastarse los dineros en música.

Incluso yo, que tenía tan claro ir en el 2009, dudaba de si repetir la experiencia, pero después me acordé que me pongo un tema de Springsteen todos los días, que semanalmente veo el Blu-Ray de Hyde Park o los incluidos en la caja con la remasterización de “Darkness at the edge of town”. “¿Qué dices Fran?” “¡Claro que tienes que ir!” Y por supuesto que me acabé comprando la entrada, aunque solo fuera por la cantidad de cosas que han pasado en mi vida desde la última visita de la E Street Band.

Este blog, insisto, no es “Fran os cuenta su vida”, y es absurdo acotar la existencia de uno en base a los conciertos de un artista, puestos así, podría haber escrito otra crítica sobre el concierto de U2 que se titulara “U2, 13 años después” (asistí a un concierto de la gira “Popmart” en Madrid), y no es que el cuarteto irlandés no me resulte significativo – me gustan, y mucho – pero por algún motivo, las circunstancias en las que se han producido estos dos shows de Bruce son tan parecidas y al mismo tiempo tan diferentes, que supongo que era inevitable realizar un paralelismo.



Y en tres años pasan muchas cosas. En el caso particular de Springsteen (nótese como evito hablar de mis cosas), una de las mas grandes fue perder a Clarence Clemons, el saxofonista que posaba junto a él para la portada de “Born to Run”, y uno de sus amistades mas duraderas. Cuando tocaron aquí, dentro de la gira de “Working on a Dream”, Clarence ya tenía síntomas de hombre mayor y hasta cierto punto cansado. Se pasó buena parte del concierto en su sillón – hacía ya tiempo que se había operado las piernas - seguía repartiendo sus líneas de saxo, o haciendo coros mientras aporreaba una pandereta, pero estaba lejos de la energía destilada en otras actuaciones. Aunque la amistad entre el cantante y el saxofonista fue una piedra angular durante muchos años de la banda, no pocos podrían resaltar el hecho de que Springsteen, al menos en dos ocasiones, asumió la decisión de romper los lazos con el grupo. Incluso las grandes historias de amistad tienen bajones. Por eso no son pocos que ven forzado el compañerismo, las chanzas de muchachitos traviesos o la ira que parece atravesar la garganta del Boss cuando declama algunas de sus letras mientras lanza miradas furtivas al teleprompter. Pero por algunas de sus declaraciones, se deja ver que Bruce es consciente de esa parte artificiosa de su propuesta, no es tanto lo que vende, es lo que le gustaría vender, la E Street band es ese grupo de corsarios con corazón que salen en las películas a los que gustaría unirte.

La muerte de Clemons llegó en una tesitura, sin duda, extraña. Acababa de estrenar una película-documental en la que narraba su experiencia de búsqueda de su identidad, alejado de su fama, preguntándose quién era realmente, aparte del gigantón que tocaba el saxo sobre un escenario. Para cuando vi a Bruce en aquel concierto, también faltaba sobre el escenario Danny Federici, otra de las columnas de la E Street Band. Aquejado de un melanoma, Federici tuvo la oportunidad de despedirse de su público tocando un último concierto cuando su dolencia estaba en una fase terminal conocida por muchos e incluso, como Clemons, grabar sus entrevistas para el documental sobre “Darkness at the edge of town”. Queda ya muy poco, entonces, de la primigenia E Street Band, ni siquiera el teclísta cuya casa (la de David Sancious, cuenta la leyenda) se situaba precisamente en la calle E de Nueva Jersey es parte del grupo desde hace décadas. Básicamente, aparte del “núcleo” de Weinberg, Bittan, Van Zandt, Logfren y Talent, la “E Street band” casi significa “los músicos que acompañan a Springsteen”, sobre todo ahora que tienen añadidos un violín, coros y una sección de vientos.

En cualquier caso, todos ellos conformaron un “muro de sonido” - término que se acuñó para definir el sonido del adorado productor tarado, Phil Spector, admirado por Springsteen y a cuya ex-mujer el Boss cosió a preguntas sobre técnicas de grabación -, que arrancó el segundo concierto hispalense de Bruce tras un poco de banda sonora de Morricone con...

Malas tierras

...la misma canción con la que arrancó en su anterior visita, la misma con la que empieza “Darkness at the edge of town”... “Badlands” (que comparte título con un film de Terence Mallick) es uno de esos puntales de energía de su repertorio y uno de mis temas favoritos, aunque tengo que reconocer que en ese momento servidor se encontraba un poco de bajona. Tras hora y media en la cola para entrar – yendo con la hora justa para llegar cuando se había prometido la apertura de puertas – resistiendo los cambios de sol-nube-chispeo de lluvia-bochorno, aguantando al club de fans italiano “used cars” - divertidos durante los primeros cinco minutos cuando cantaban “Thunder Road”, desesperantes cuando repasaron el repertorio de canciones italianas de borrachos – y con una cerveza aguada en el cuerpo, me tuve que ir a la barra y pedirme una coca-cola de tres euros (¡ouch!) para venirme arriba de nuevo.



Desventajas de irse solo a un concierto, supongo. En cualquier caso, no tardé en volver a mi posición original, cerquita de la primera fila detrás de la zona VIP. Ya he dicho que Springsteen tiene fama de cuidar muy bien a sus fans, cuentan los rumores que el mismo día del concierto, a las nueve de la mañana se repartieron los brazaletes para dicho sector (imposible para mi, por estar en a grabación de un cortometraje), que no tiene barra privada ni un pase para la prueba de sonido como otras jugadas sacacuartos. La zona VIP da derecho a ver a la banda más de cerca con la facilidad añadida de entrar y salir cuando uno quiera, simple y llanamente, la prensa se sitúa detrás de su barrera, al lado de uno de los cámaras que captan lo que vemos en las pantallas gigantes.

Nice job if you can get it


Bruce no quiere que los fotógrafos estropeen la experiencia musical de los asistentes, por mucho que estos se pasen buena parte del concierto con los móviles en alto, produciendo mas material de vídeo en una noche que el grupo en sus primeros años. De igual forma, nada de emisoras televisivas, el Boss – o mas bien, su gente -, cede una pieza con la realización extraída de las pantallas. En el concierto anterior fui acompañado por un colega cámara a quién le comenté dicha jugada, al rato me respondió: “no me extraña que prefiera mandar una pieza él, porque la realización es de puta madre”.

Efectivamente, uno podría quedarse mirando a las televisiones gigantes y quedarse extasiado la elegancia los planos, los fundidos, la calidad de imagen... Pero no estamos aquí para considerar lo oportuno de unas pantallas en formato “ficha de Tetris”, sino para escuchar música. Y ver cómo el grupo la ejecuta en vivo.

Mi parte favorita de “Badlands” (aparte de cuando el público corea una melodía del piano en la parte intermedia) sigue siendo “el pobre sueña con ser rico, el rico con ser rey, y el rey no estará satisfecho hasta dominarlo todo”, incluso en el corazón del humilde se esconde la semilla de la ambición. El nivel no baja después de esta descarga de adrenalina, la nueva “We take care of our own”, con su ritmo casi marcial se impone como una demostración – mas adelante habrá varias – de que el Boss no es un autotributo nostálgico, que los discos de estudio no son una excusa para tocar los grandes éxitos una y otra vez, como sucede, por ejemplo, con los Rolling Stones. Springsteen siempre ha tenido material en la guantera para regalar, y “Wrecking Ball”, el tema-título de la nueva obra ya apareció como “extra” en el DVD de Hyde Park – gira “Working on a dream” - aunque, ahora suena mucho mas compacta y menos monótona. El público, que ya estaba entregado desde el minuto cero – o el -10 - ahora parece incluso darle un mayor apoyo al cantante, desde luego mucho más que en su anterior visita.

Si, la cámara tiene un muñeco de Glenn Quagmire...


Una bandera estadounidense y otra española flanquean al grupo, colgadas de las torres de TV. Un buen juego de luces y otra pantalla en formato 16:9 ocupan el fondo del escenario, desde luego un montaje de estadio, que contrasta con la presentación tan espartana de los vídeos en directo de este hombre, que ahora salta con “Death to me hometown”, casi celta. La sección de vientos toma su posición y después llega “My city of ruins”, muy lejos del lamento que pudiera sugerir su título. “Trapped”, con sus subidas y bajadas contrasta con el nivel festivo de “Out in the Street”, en la que parece que el de New Jersey conjuga los espectros de las tardes y noches de su barrio, de todos los barrios. A continuación decidió dedicar “Jack of all trades” a los miembros del 15-M.

Bruce ya había chapurreado español anteriormente, para saludar – esta vez no señaló el “mucho calor” que hacía, quizás porque la visita estaba siendo durante un mes con una temperatura algo mas benevolente – y para hablarnos de los ausentes, que no solo incluían a Clemons y Federici, sino también a Patti Scialfa, que estaba “en casa, cuidando de los niños”. Otro miembro de la E Street Band al que parece que nunca veré en directo. En fin, con la presentación de “Jack” hubo una aprobación casi generalizada por parte del público con aplausos, con alguna tímida pitada de fondo. No creo que si a uno le gusta la música de un artista tenga que comulgar con su espíritu ideológico, (si lo hubiera), pero ya digo que Springsteen no oculta sus simpatías por las vertientes mas progresistas de su tierra, dentro de lo que cabe. Por supuesto, se le podría acusar de “abuelete progre”, pero desde mi punto de vista, sería mucho mas incómodo que un músico de este perfil no dijera nada a este respecto cuando se le pregunta, como sucedió en la prueba de sonido / rueda de prensa, del día anterior.



Quizás por su forma de componer, quizás por lo inmediato de su propuesta, los discos del de New Jersey siempre han parecido responder al espíritu del momento, salvo sus lapsus de AOR a principios de los noventa y sobre todo después de su reunión con la banda de la calle E. “The Rising” era una respuesta a la herida que habían supuesto los ataques (o lo que fuera aquello) del 11-S, “Devil and Dust” y “Magic” parecían ilustrar la decepción de un nuevo conflicto bélico y sobre la forma de manejar al público americano que tuvo el gobierno de Bush, mientras que “Working on a dream” quería ensalzar las posibilidades de una nueva época.



Por supuesto, ser “demócrata” en Estados Unidos no significa lo mismo que aquí, pero algo del espíritu de “romper lo antiguo para crear algo nuevo” parece permear en los temas del álbum “Wrecking Ball”, y “Jack of all trades” parece ser un buen ejemplo. Quizás Bruce, como buena parte de los ciudadanos mundiales, mira con mas desprecio o ira que con resquemor a las causas de esta actual recesión económica. No está mal algo de escepticismo en un hombre que parece creerse tanto o mas que sus fans, frases como “yo creo en la tierra prometida”.

Después, un ritmo de hi-hat, o como lo quieran llamar, avisa la llegada de un tema que me pilla por sorpresa. ¡”Candy's Room”!, suelto mi primer “¡hostia!” de la noche en voz alta. Uno de mis temas favoritos de “Darkness at the edge of town”, con sus cambios y su épica romántica desgarrada, con ese mini solo de Steve Van Zandt en medio que paraliza toda la canción durante unos segundos. Genial. Por si el precio de la entrada no hubiera sido ya compensado, este tema termina por convencerme de que TENIA que venir a este concierto.

Petición ignorada... :(


Tras este grito primario por intentar ser el chico de Candy, viene uno de los momentos mas celebrados de “Born to run”, la mas directamente romántica “She's the one”, que tiene de nuevo al público dando botes y soltando “Yeahs!” en los momentos que toca. “Darlington County” y “Shackled and Drown” pasan con cierta discreción antes de regresar a la festividad con “Waiting on a sunny day”. Como si ya no lo hubiera hecho antes, Bruce se pasea por las pasarelas del escenario, choca sus cinco con las primeras filas, invita de nuevo a niños a cantar sus canciones y al resto del público a corear en consecuencia. “The promised land” llega y ya digo que resulta difícil no creer en que de verdad lo vive, al menos durante los minutos que dura la canción.




El “Apollo Medley” te deja como si una apisonadora gospel hubiera pasado por encima tuya, y entonces Roy Bittan empieza a tocar unas notas al piano. Mi cabeza rechaza que de verdad esté a punto de atacar “Because the night”, pero así es. Lo que fue un tema rechazado del “Darkness” y que se transformo en el “único éxito” de Patti Smith – según las propias palabras de la cantante en el documental “The promise” - es interpretado por Bruce con menos delicadeza que su paisana, pero igualmente arrastra al público a cantar el estribillo. Segunda sorpresa de la noche para mi, segundo “¡hostia!” y cada vez mas contento por haber venido.




Como si dijera “no se vayan todavía amigos, aún hay mas”, se saca de la chistera “The Rising” y “Lonesome day”, que deja al público más que contento y probablemente más cansado que al cantante. Yo no me dí cuenta hasta que días después vi los vídeos en televisión, pero aparte de la camisa remangada y el chalequillo de cantante de orquesta, Bruce también lucía una pequeña corbata, con sus vaqueros de azul oscuro, en claro contraste con el estilo bucanero de Little Steven y mas armonizado con las ropas oscuras del resto de la banda.



El sobrino de Clarence, Jake Clemons, acapara los solos de saxo de forma más que respetable, mientras que “We're alive” y “Land of hope and dreams” cerraron el set principal. Con “Rocky Ground”, la cantante Michelle Moore pudo brillar de forma fulminante, aunque fue uno de esos momentos que, en disco, supongo que pudo hacer a mas de uno arquear una ceja, preguntándose si esto de meter un rap era una de esas jugadas de artistas veteranos para mantenerse “al día”. En cualquier caso, queda bien, y despeja algunas dudas sobre ese supuesto disco de Hip-hop que se supone Bruce grabó alrededor de la etapa de “Human touch / Lucky town”. Aunque dejando aparte el tema rap, “Rocky ground” aúna otras influencias de la música negra, ya decimos que James Brown es tan importante como Elvis en el Boss.



La siguiente sorpresa, previa petición del público – los fans suelen ir con carteles pidiendo canciones, que a veces son tocadas por la banda, por muy oscuras que puedan llegan a ser – fue el último single de “Born in the USA”, “I'm going down”. Tras la tranquilidad del tema anterior, el público estaba más que contento por tener otra excusa para bailar y saltar. La épica regresa, como no, con “Born to Run”, con todos nosotros lanzando, una vez mas, “Yeah” y alzando los brazos cuando tocaba. Que para algo nos sabemos la canción, coño. Y por supuesto, durante ese parón dramático que tiene la versión en vivo de este tema, Springsteen dejo que sus fans toquetearan su Telecaster. Un clásico que a Bruce le costaría mucho eludir y que nunca defrauda. Para entonces, las luces del estadio ya estaban encendidas, señal de que nos acercábamos a la conclusión pero también de que a Bruce no le hace falta grandes despliegues luminotécnicos dramáticos para subrayar lo gigantesco de su propuesta.

Sí, lo que lleva en la mano el fan NO es una mirinda



Otro tema repetido con respecto a la visita anterior fue “Dancing in the Dark”, otro tema de “Born in the USA” que aparte de ser una gran canción tiene el detalle de un vídeo musical protagonizado por Courteney Cox. Springsteen podría haber quedado como un viejo verde si hubiese sacado del público a una chica explosiva para bailar de entre el público – otra de sus rutinas habituales -, pero quizás consciente de este hecho, o porque no quiere que Patti le espere con un rodillo detrás de la puerta al volver a casa, - que con Internet todo se sabe - , Bruce sacó a una niña para compartir pasos de baile en la oscuridad.

Ni una mano de un fan puede ocultar del todo al Boss, la fuerza es muy intensa en él



Desde luego el público estaba menos perdido que cuando en el concierto de hace tres años cantaba el “Hungry Heart”, con un respetable incapaz de corear algo que no fuera el estribillo principal cuando el cantante dejaba el micro al aire para que nosotros rellenáramos los huecos. Un “Bobby Jean” standard dio paso a otro tema que me alucinó en su día durante el visionado del concierto en la biblioteca pública, “Tenth avenue freeze out”, con esa intro de piano que podría haber salido de una serie policiaca. Yo ya sabía que en este tema se hacía un homenaje a Clarence Clemons, a fin de cuentas contiene la línea “el grandullón se unió a la banda”, en referencia al saxofonista. Lo que yo no sabía era que ese tributo consistía en parar la canción durante unos minutos mientras en las pantallas se mostraban imágenes de Clarence en sus diversas etapas, con el público coreando un futbolístico “¡oeoeooeoe,oeee,oeeee!”. Pude reconocer la procedencia de bastantes filmaciones – Glastobury, Madison Square Garden, Ashbury Park... - pero aparte de lo emotivo del momento me hizo pensar: “¡joder, lo que hay no publicado oficialmente de este hombre!”

Final del concierto, el Boss va dando la mano a sus músicos que van abandonando el escenario, el jefe se despide y nosotros nos vamos yendo, no hubo “Born in the USA”, ni “Thunder Road”, ni “Glory Days”, pero tocar lo que todo deseamos le llevaría al grupo un concierto de cuatro horas, mínimo. En el “chiringuito” que contiene la mesa de mezclas para la PA y la realización de vídeo, veo algunos flight cases con la etiqueta “Las Palmas”, siguiente parada de la gira.



La organización... y pensamientos finales

Está muy bien que se escalone la entrada al concierto mediante pequeños grupos de gente y que al entrar en el recinto, unos señores te digan por donde ir para no congestionar la pista, y para que no corramos, porque total, ya se han entregado los pases a la zona VIP. Ahora, si esto es así, ¿por qué solo tenemos una salida por un túnel en la que todo el mundo se junta en plan marabunta? ¿Por qué se nos echa tan rápido si desmontar el escenario es una tarea que se lleva a cabo desde la otra esquina del recinto? La gente en las gradas tenía algunas opciones, pero los que elegimos estar de pie nos comimos una vuelta la mar de interesante. Era un poco como si la organización nos quisiera cuidar mucho hasta que el precio de la entrada parecía haber sido justificado y ya nos podían abandonar a nuestra suerte. Este no es un problema de Springsteen, sino la historia de toda la vida en los grandes conciertos de estadio, porque en los pequeños la prisa suele estar en transformar la sala en discoteca. Servidor no es Roger Waters, pero entiendo perfectamente la frustración que trae un espectáculo en el que solo una fracción de los asistentes han venido porque son realmente fans del artista, mientras que el resto viene a apoyarse en la barra, tararean algunas de las canciones que mas les suenan y comentan la jugada en un tono de voz mas apropiado para una discoteca que para un concierto en el que buena parte del atractivo – sino todo – es escuchar la música.

Eso por no olvidar a los listillos que pegan codazos para colarse en las primeras filas – de nuevo, un comportamiento que justifica el mimo con el que Bruce trata a sus fans – o se mueven a alguna posición privilegiada, cerveza en mano, aduciendo que “se la llevan a su colega”. Pero insisto, esa es la rutina de los grandes acontecimientos de este tipo, nada que ver con el Boss en particular. Como tampoco la actitud de la gente de seguridad: como pasa con la Policía, a nadie le gusta recurrir a los “seguratas” salvo cuando está en un aprieto, pero entiende que deben de ser necesarios cuando alguien los pone ahí. Ahora bien, tras cerca de tres horas desgañitándose, pegando botes y pagando precios absurdos por la bebida, la comida o merchandising, es más que probable que los fans quieran llevarse un poco de líquido a la boca. Bajo la barrera había una caja con botellitas de agua, probablemente a estas alturas mas calientes que el puchero de mi madre a las dos de la tarde un domingo, pero agua al fin y al cabo. Uno de los miembros del staff de seguridad repartió el contenido de la caja entre las personas que lo pedían... hasta que un compañero le increpó y le dijo que se dejara de tonterías.

Entiendo que los musculosos colegas no tienen por qué hacer de camareros, pero la seguridad no solo consiste en decirle a las chicas que se bajen de los hombros de sus novios cuando se vienen – literalmente – arriba, sino también en cuidar de que a la gente no le dé una lipotimia y sobrecargar a los sanitarios con un trabajo que se puede evitar con unas medidas la mar de sencillas, no creo que un poco de agua vaya a hacer un gran agujero en las cuentas de un concierto de 70 euros x 35.000 asistentes = 2.450.000 euros.

Eso concluye el tema de la organización, de vuelta a Bruce Springsteen, me gustaría decir que el concierto tuvo un sonido denso y sólido, algo que a mi me gusta mucho, aunque entiendo que haya gente a la que le pueda cansar tanto despliegue instrumental: 2 teclistas, tres guitarras, violín, coros, sección de vientos... solo tuvimos a un bajista, pero Talent rezuma discreción y apellido para tener esa posición “privilegiada”. Esta vez Nils no empezó el show tocando “Sevilla tiene un color especial”, Weiberg toco la batería durante todas las canciones – en la gira anterior, su hijo tomaba el sillín durante algunos temas – y Little Steven siguió con su papel de comparsa perfecto con una sencillez pasmosa, puede que impostada, pero sencillez. No está mal para el tipo de “Los Soprano”.

No obstante, durante los momentos mas tranquilos de guitarra acústica y voz – que los hubo -, se podía advertir que las columnas posteriores de PA, las que llevaban el sonido a las gradas, tenían un poco de retardo con respecto a las principales, o quizás su cercanía es lo que provocó esa sensación, en otras palabras, que aquello no sonaba tan bien como uno sabe que era posible. Pero eso solo significa un 9 sobre 10, en lugar de una matricula de honor.

Para terminar, me gustaría recordar algo: en el libro de Alterman se recurre un par de veces al discurso de Bono / Paul Hewson, para la introducción de Bruce en el “Rock and Roll Hall of Fame”, para explicar la idiosincrasia de este hombre mas allá de su propio arte. Es cierto que el Boss ha sabido moverse en el negocio de la música y la fama sin “La colección de cuadros” (¡hola Lars Ulrich!) y otras excentricidades que solemos asociar al “show bussines”. Pero hay otro discurso del cantante de U2 (a fin de cuentas, él es muy de discursos), sobre Frank Sinatra en una gala de los Grammys que creo se puede aplicar muy bien al de New Jersey: “Conoces su historia porque también es la tuya”. Probablemente esa frase sea una gran mentira, no creo que las biografías de Bruce o de Sinatra se parezcan mucho a las nuestras, tanto en cuanto ellos han llevado una trayectoria muy definida por su arte. Pero han conseguido transformar su trayectoria en historias que podemos interpretar a nuestra manera, porque no se llega a donde han llegado estos hombres sin inventarse o reinventarse algunas veces, para poder subirse a un tren que lleva santos y pecadores, porque, nena, vagabundos como tu y yo, nacimos para huir. 

viernes, 22 de junio de 2012

REVISITANDO “EL EXTRAÑOS CASO DE CHARLES DEXTER WARD” DE H.P. LOVECRAFT (cultura barata)





Un bache personal


Recientemente, pasando por un bache personal, decidí releerme esta novela de Howard Phillips Lovecraft (no, la HP no era de Hewlett Packard), si ustedes saben quién es, o era, este señor, entonces, se estarán preguntando si no hubiera sido mejor ponerme con algún volumen de Paulo Coelho u otro gurú de los secretos vitales o de mis zonas erróneas.


Definitivamente, algo de razón no les faltaría, aunque después de asistir a la presentación de un libro como “Happiness” (cualquier día de estos me lo leo y todo, lo prometo, aunque primero habrá que comprarlo), se me hace un poco cuesta arriba leer cualquier cosa del género, aunque parece que “El poder del ahora” tiene bastante buena pinta. En cualquier caso, para decirme que las respuestas a mis atribuladas tribulaciones están en mi interior, tampoco hace falta hacerme pasar por tantas páginas ¿no?

Además, como los personajes HP – natural de la estadounidense Providence -, a mi me gusta culpar de mis desdichas a algún mal innombrable – y prácticamente impronunciable – que se esconde en los recovecos mas inhóspitos de nuestro mundo o en, como diría Terry Pratchett, “Dimensiones Mazmorra”. Pero no se asusten, no voy a hacerme de ninguna secta rara que invoque a Gozer el gozeriano desde la terraza de un edificio malrollista, precipitando el fin del mundo. El mundo no tiene la culpa de mis desgracias, al menos no de todas.

Aún así, ¿por qué volver a este libro en particular? Y ya que estamos, ¿por qué releer ningún libro? A fin de cuentas, la literatura no es como la música, no es tan sencillo como meter el CD (¡ja, poner el CD! Me refería por supuesto a acercar la aguja al vinílo, ¿Cómo? ¿Mp3? ¿Eso qué es?) y esperar a que llegue tu momento favorito de una pieza en particular, un solo, una melodía, un estribillo... Aunque los libros contienen grandes frases, uno tiende a apreciar la obra en su totalidad, por mucho que pueda diferenciar algún capitulo como el momento clave, además, el “calentamiento” antes del clímax suele ser imprescindible.

En una serie de artículos cortos sobre el acto de escribir (distribuido solo entre amigos y que el día que el blog entre en dique seco publicaré aquí), declaré que leer es una parte imprescindible y curativa – en el caso de haber heridas - del proceso. Leer es un acto hasta cierto punto absurdo: aquí están las opiniones mezcladas con narrativa, diálogos, descripciones... todo salido de una mente que no es la nuestra, sazonada con un uso del idioma que poco, o nada, tiene que ver con el que utilizamos para hablar con los amigos en la barra de un bar. Pero, a última hora, como cualquier forma de expresión artística, es esa parte de la comunicación que dice “de esto no hablamos en público, pero yo me siento así, ¿tu también?”

Pero nada de esto explica por qué “revisito” la única historia mínimamente larga de un escritor de literatura “Pulp” que incluso aquellos que lo aprecian – como se puede ver en el recomendable documental “Lovecraft: Fear of the unknown” - parecen reírse de muchos elementos de su estilo o de la construcción de sus historias.



One hit wonder

El término inglés “one hit wonder” hace referencia a los artistas que tienen una canción de éxito pero no se vuelve a saber de ellos nunca más, salvo que han hecho una nueva versión de su tema mas conocido en una patético intento de comeback, o que ha muerto en siniestras circunstancias. Se puede utilizar la expresión para escritores – recordemos que después de “Nada”, Carmen Laforet no volvió a tener el mismo éxito con las novelas publicadas posteriormente -, cineastas – Dennis Hopper, una vez digerido el éxito de “Easy Rider” y pegarse el batacazo con “The last movie” no volvería a dirigir una película de gran éxito comercial - o incluso nosotros mismos, “qué pena del trabajo de tu vida en la multinacional que quebró a los dos días de tu entrar”.

Curiosamente, Lovecraft no fue nada de esto, su biografía es una sucesión de calamidades que, una tras otra, fueron minando su salud, hasta sufrir una dolorosa muerte de un imprevisto cáncer intestinal. En realidad, esto no es justo, hubo grandes momentos en su vida, pero muchos de ellos los ensombreció alguna circunstancia que pareció arrebatarle el sentido de la victoria. Desde su complicada infancia, con un padre ausente – enfermedad mental y muerte prematura – una madre no muy estable y una fortuna familiar menguante. Su madurez, empero, no iba a ser un proceso bonito, viéndose atrapado entre las disyuntivas de su poca formación reglada, su visión anticuada del mundo cual caballero victoriano – famosa es su denominación de la independencia estadounidense como “el cisma de 1776” - y un mundo que cambiaba mas rápido de lo que él quería entender.

De sus últimas cartas – Lovecraft era un apasionado de lo epistolar, lo que no pocas veces ahogó su producción literaria - se desprende que el escritor entendía que muchos aspectos de su vida no habían funcionado por culpa de su propia cabezonería. Su matrimonio y su posterior mudanza a Nueva York, hechos que en otras personas podrían haber traído un cambio radical de perspectiva y un giro en sus aspiraciones, solo le añadieron mas angustias, oscureciendo su opinión sobre el desarrollo de la gran urbe del siglo XX, y sobre los que la habitaban, terminando en su vuelta al pueblo que le vio nacer y en divorcio.

No es necesario excusarle, que Picasso o Miles Davis eran genios es algo ineludible, pero que su forma de tratar a las mujeres rozaba – y eso cuando no era adoptado en su totalidad - el maltrato en todas sus “modalidades” es otra verdad difícil de discutir. En su caso particular, Lovecraft mostraba un lacerado racismo que, probablemente, le hubiera transformado en un promotor de la eugenesia y otras teorías sobre el conveniente desarrollo de la raza humana que acaban con experimentos repugnantes en un laboratorio nazi.

Pero curiosamente, HP despreciaba a Hitler y mostraba recelo ante su ascensión al poder en Alemania, una de esas extrañas contradicciones, como JRR Tolkien dando opiniones complacientes sobre Francisco Franco o dejar la herencia de su obra al Estado Español por parte de Salvador Dalí, bueno, esto último no es tan contradictorio, visto en perspectiva...

Pero ya digo que tampoco es necesario justificar a un artista, por mucho que nos guste, y sus devaneos con el lado menos agradable de la psique. Sus escritos de la etapa neoyorquina están salpicados de miedos y desconfianza con respecto a la inmigración, a la que poco le falta por incluir entre esos terrores cósmicos que planean cargarse a la humanidad de un plumazo.

A pesar de que buena parte de su obra encontró su vía de publicación en las revistas baratas de relato que tanta fama tuvieron durante la década de los 20, no fue hasta que sus amigos escritores fundaron la editorial Arkham, que Howard Phillips fue descubierto paulatinamente por el una parte del público. La suerte, por supuesto, fue que esa parte del público decidió transformarse en artistas de renombre en algún que otro campo y no les dolieron prendas en expresar la influencia de cierto delgaducho de Providence. Es como se suele decir del primer disco de la Velvet Underground, no mucha gente lo compró, pero muchos de ellos se animaron a fundar grupos inspirados por Lou Reed y compañía.

Curiosamente, a pesar de su fama de poco amigable, Lovecraft era un escritor “social”, animando a otros aficionados a la literatura a seguir con sus intentos, creando un círculo de escritores que utilizaban elementos comunes para crear una mitología propia. En otras palabras, si viviera ahora, HP habría pasado por foros de Internet y grupos de Facebook llamados “Los mitos de Cthulhu”, en los que se hablaría en profundidad del Necronomicón, Dagon, y el término “Troll”, solo se usaría en su sentido original... o no.

Entre los escritores mas conocidos del “circulo lovecraftiano” están, por supuesto, Robert Bloch – autor de la novela “Psycho”, que inspiró a Alfred Hitchcock – y August Derleth, quién decidió terminar algunos de los escritos de Howard Phillips, y uno de los responsables de Arkham House, con la esperanza de difundir la palabra de su colega.

Aunque una comparación con Kafka podría parecer una exageración, lo cierto es que la novela corta que nos ocupa – y de hecho, ya digo que es la historia mas larga que escribió nunca – no fue publicada hasta después de su muerte. Y me sorprendió. Mucho. Hasta entonces, había deambulado por la obra del de Providence con una admiración combinada con algunas decepciones. Mi inicio fue con la edición en “Alianza Cien” (ahora sería “Alianza seis”) de “El horror de Dunwich”. Poco a poco, le iba “cogiendo el tranquillo” y pensaba que ya me las veía venir en cada nueva entrega de sus escritos que adquiría. Pero entonces llegó esto, su mejor obra, despreciada por el propio autor – de nuevo, la sombra de Kafka – y se me cayeron los palos del sombrajo.

Si Lovecraft hubiera tenido un solo gran éxito en su carrera como escritor, hubiera sido este. Este es su hit single. Si hubiese vendido a espuertas, se podría haber retirado con Sonia a cualquier rincón del Brooklyn, dedicarse a ser “negro” - o ghost writer si lo prefieren – de cualquier plumillas de tres al cuarto, o proseguir sus labores de corrector de estilo. Esta la culminación de sus mitos, y lo peor es que ni siquiera él se dio cuenta. Pero antes de contar un poco de la trama, quiero hacer un último alto en el camino.



INADAPTABLE

Estoy sentado en un salón de actos en el que se proyecta “El día de la bestia” de Alex de la Iglesia, nos han prometido que vendría el director a hablarnos del proceso creativo, pero el guionista Jorge Guerricaecheverría nos explica que el director está ahora mismo liado con “el manual de niños” y que, como padre primerizo – ya se pueden ustedes hacer una idea del año en que estamos -, intenta alejarse lo mínimo posible de su familia. En un momento dado, nos explica que la intención inicial, antes de recorrer la ruta del “Anticristo por Madrid” - cuando vi la primera foto en “El Vibora” ya me pareció una idea tan burra que tenía que funcionar por cojones – era la de hacer una película de horrores lovecraftianos, pero se tuvo abandonar esa línea por las complicaciones que implicaba.

Mi acompañante no lo nota, pero en cuanto escucho esto, algo en mi cabeza hace “¡click!”, y cuando llega el turno de preguntas, soy “un hombre con una misión”, y esta no es otra que preguntarle a una persona que trabaja en la industria del cine, por qué es tan difícil adaptar a Lovecraft al celuloide. La respuesta se me graba porque casi no puedo coincidir más con ella: “El problema principal es que, en las historias de HPL, la gente va a un sitio, se encuentran con Lo Innombrable, y después echan a correr, es muy difícil hacer un film con eso”.

La historia en concreto a la que hace referencia con esta explicación es “En las montañas de la locura”, aunque la trama es algo mas complicado que eso, lo importante del relato es la atmósfera, las descripciones y cómo establece buena parte de la mitología que servirá de base para el círculo de escritores amigos de Lovecraft. Curiosamente, tras el éxito de “El laberinto del fauno” - y el ligero traspiés de “Hellboy, el ejercito dorado” -, Guillermo del Toro intentó sacar adelante su particular versión de esta historia, pero Warner cortó pronto el grifo presupuestario al darse cuenta de que, según el mexicano, “es muy difícil sacar adelante una historia sin romance, sin sexo y sin final feliz”. Ni siquiera el apoyo de un Cameron recién salido de “Avatar”, con su insistencia de rodar el proyecto en 3D pudieron llevarlo adelante.

Ya estuvimos reflexionando sobre “The thing”, de John Carpenter, y sobre cómo fue un intento mas que digno de adaptar algunos elementos de Lovecraft, si bien, ni siquiera el propio director difiere mucho a la hora de explicar las vicisitudes de los protagonistas típicos de los relatos de HP: “Se trata normalmente de personajes que al principio de la trama están aterrorizados y cuando acaba la historia siguen aterrorizados”. Si bien creo que aquí exagera, no le falta cierta razón al afirmar que los esquemas narrativos del de Providence no suelen variar mucho.

Y Dexter Ward es una clara excepción.



EL PASADO LLAMA

El otro problema es que muchas adaptaciones, oficiosas u oficiales del corpus lovecraftiano le han hecho un flaco favor a su fama, recurriendo al gore o a los trucos fáciles de sustos... no es que no sean bienvenidos, pero eso ha hecho pensar a muchos que Lovecraft es una especie de broma pesada de cuerpos gelatinosos y mutilaciones varias. Mejores resultados han tenido las obras que han utilizado parte de sus hallazgos – el terror cósmico que espera agazapado para destruir la humanidad – para sus relatos, como el “Hellboy” de Mike Mignola o incluso en el tono de comedia de “Los Cazafantasmas”.

Si bien Stuart Gordon enmendó parcialmente la plana con “Re-animator” - al menos en términos comerciales – y consiguió captar una ambientación casi perfecta con “Dagon, la secta del mar” - del MAR no del MAL, ésa es la peli “Operación Triunfo” de Plaza y Balagueró -, el resto de films que se han inspirado de forma mas directa en la obra de Lovecraft no han terminado de funcionar. Esto deja el tufillo desagradable de que HPL era muy efectivo a la hora de crear una cosmología, pero poco capaz de dotarla de un sentido de la narración efectivo.

Por supuesto, Roger Corman dirigió una adaptación “oficiosa” del libro que nos ocupa, con sus recursos marca de la casa – maquillaje chungo, Vincent Price, límite presupuestario, trama confusa – pero... tomando el nombre de un poema de Edgar Allan Poe. Y tampoco falta la versión con aires de telefilme que traslada la acción al siglo XX... pero es un poco más digna que otro film “Lovecraftiano” protagonizado por Tori Spelling... Si de verdad quieren ver algo hecho con cariño, vean “The Call of Cthulhu”.

Llegados a este punto, quizás (o no) se pregunten “¿De qué va “El extraño caso de Charles Dexter Ward”? Sencillamente, podrían ustedes hacer la búsqueda en la wikipedia y descubrir no solo un sucinto resumen de la trama, sino también algunos detalles que a uno se le pueden escapar tras una primera lectura. No se preocupen, la cosa es bastante sencilla: Un joven de una familia adinerada de Nueva Inglaterra se deja llevar por su fascinación hacia un antepasado suyo, a quién todo el mundo acabó temiendo u odiando por su más que probables prácticas de brujería... o algo peor. Mientras crece su obsesión, el chico parece ir perdiendo paulatinamente la cabeza hasta que un médico, amigo de sus padres decide investigar el asunto, descubriendo que el pasado está entrometiéndose de forma preocupante en el presente.

Ya lo sé, no les he aclarado gran cosa -o quizás les he contado demasiado -, pero lo que quiero es que se lean el puto libro, no la entrada de la Wiki. Además, la cuestión principal no reside en la trama en si, créanme, sino en cómo está contada. Ya saben ustedes que la mayoría de las buenas historias o giros argumentales los agotaron los griegos o Shakespeare, así que hay poco en esta trama que pueda sorprenderles.

Aún así, a pesar de que el lector avezado vea venir el resultado final de la historia, lo interesante es como el escritor atrae con pequeños detalles sin importancia, dando a pensar que probablemente el relato no avanza hacia ningún lugar en concreto. Somos avisados de que el joven Charles Dexter sufre de una enfermedad mental y en las primeras líneas se nos comenta su huida de una institución mental.

Y si no quieren saber nada mas de la trama, lean el libro o retomen este artículo cuando vuelvan las negritas. Este principio encadena, curiosamente, con una forma de reconstruir la narración que fue muy del gusto de algunos films de principio del siglo XXI, esto es, empezando la historia desde el final, con un impacto certero cuyas consecuencias se van desgranando poco a poco a lo largo de la descripción de lo que acecha al joven Ward.

Como es habitual en Lovecraft, el reparto de personajes es corto y de hecho hablan muy poquito, al igual que en el “Drácula” de Bram Stoker, buena parte de las cosas que vamos sabiendo se nos comunican a través de cartas, postales, lecturas de diarios o recortes de prensa. En estos tiempos sin Internet, con la telefonía en pañales (es decir, los Estados Unidos de los años 20), la comunicación no tenía otros medios para llegar. Y, por supuesto, ya le habría valido al joven Charles que esto no fuera así.

Joseph Curwen, un hombre sin apenas pasado que vivió en el siglo XIX – aunque nadie sabe si las raíces de su existencia se sembraron mucho más atrás – es el antepasado que fascina a Dexter Ward. Un caballero oscuro, de aficiones siniestras al que nadie puede culpar de ninguna de las misteriosas desapariciones que se suceden en Rhode Island, pero al que todas las sospechas señalan. Ni siquiera su matrimonio con una joven dama de la alta sociedad local hacen que las rumores se disipen del todo. Su vida encontrará un traumático fin, del que los hombres del pueblo no hablarán en voz alta, aunque lamentablemente, no borrarán todo el rastro de los acontecimientos.

Lamentablemente sobre todo para Charles, que pondrá todo su empeño en descubrir los motivos que llevaron a su familia a borrar todo rastro de tan misterioso personaje en los registros de la ciudad. Por supuesto, HPL no duda a la hora de presentar a Curwen como un cúmulo de todos los aspectos sobrenaturales negativos que se puedan sumar en una sola persona: su posible inclusión en los aquelarres de Salem y los posteriores “juicios” – o Lovecraft se ríe de si mismo con este recurso o de verdad piensa que aquello no tenía tintes de trifulca vecinal salida de madre -, sus prácticas de “ritos innombrables”... ¿vampirismo?

El hecho de que tantas malas artes se concentren en un solo ser sería motivo de cachondeo sino fuera porque Howard Philips se lo toma tan en serio como para dotarle el papel de ser un importante mecanismo dentro de una complicada trama de hombres impíos que intentan alcanzar los grandes conocimientos de la humanidad, pasando por la necromancia y otros rituales anti natura. Para cuando Dexter Ward se quiere dar cuenta de este hecho va a ser muy tarde, y el pasado habrá tomado el lugar del presente.

Si en los tiempos de Curwen fueron las autoridades del pueblo las que tuvieron que dar por terminadas, tras largas investigaciones, las fechorías del brujo, en los tiempos del joven estudioso le toca a un médico – siempre una figura razonable -, amigo del chaval y sus padres, el acabar con la pesadilla en la que se han transformado sus vidas por culpa de la mala influencia del desagradable antepasado.

No deja de ser curioso que si Lovecraft imaginó una mitología propia para no recurrir a los demonios cuya existencia hundía sus raices en las tradiciones e imaginería cristiana, buena parte de sus relatos están relacionados con la búsqueda indebida del “fruto prohibido”. En este caso, conseguir elementos que ayuden a crear una humanidad mas próspera, pero que se revela una rosa con espinas envenenadas. Pero, curiosamente, es un hombre de ciencia el que tiene que resolver el entuerto, aunque sea utilizando los mismos sortilegios que aquellos que intentan someter a los hombres y ponerlos a sus pies o a los tentáculos de alguna amenaza tan antigua como nuestro planeta.

Aún así, a pesar de la insistente seriedad que utiliza HPL en sus narraciones, es harto complicado no pensar que hay un cierto tono burlón en lo que se nos ofrece, o quizás – y esa es la grandeza de la literatura “pulp” - los recursos argumentales tan chorra no necesitan de ninguna justificación porque no aspira a ningún podio literario, a fin de cuentas, es una historia de hechizos, reencarnaciones y “sales esenciales”.

A pesar de que “parodia” o “humor” son términos que nadie asociaría normalmente a este hombre, tras leer su magnifico ensayo “El horror en la literatura”, se me hace difícil creer que HPL no era perfectamente consciente de las herramientas tan parcas que estaba utilizando para mantener al lector examinando los acontecimientos. Es un poco como la manera en que el director de cine Mel Brooks definió su sentido del humor: una especie de disparo con trabuco, con la gravilla saltando por todas partes con la esperanza de, en el algún momento, dar en la diana. Igualmente, tal batiburrillo de reencarnaciones, vampirismo y hechizos para invocar criaturas innombrables tenía que funcionar de alguna manera en un momento dado.
Fin de las negritas

Lo importante es la historia

A HPL los sentimientos y motivaciones del dramatis personae le importan mas bien poco. Los malos son malos, los esbirros de los malos son esbirros y los buenos no tienen mas opción que combatir el mal porque la alternativa es inaceptable. No obstante, en “Dexter Ward” hay una buena dosis de preocupaciones que van mas allá de un posible MAL INNOMBRABLE, como el impacto que puede tener en una familia la disfunción de uno de sus miembros.

Igualmente, no era Howard Phillips un gran escritor de los diálogos internos de sus personajes, de hecho, es muy complicado, sino imposible, destacar alguno. Lo importante es cómo avanza la historia, cómo se despliega el mecanismo argumental que nos lleva a sacar ciertas conclusiones, que de todas formas se nos explican en el propio texto por si nos hemos despistado. No hay grandes cambios estilísticos en esta novela corta que lo hagan destacar sobre otras, y aún así, siempre le ha rondado una polémica por la “colaboración” de Derleth, a quién no pocos acusaron de trastocar en demasía los textos de su difunto colega con la intención de mejorarlos. Aunque se supone que este en particular era un primer borrador...

A última hora, da igual. “El extraño caso de Charles Dexter Ward” es una gran obra, una de mis lecturas favoritas, y ni siquiera por su “calidad literaria” o sus giros en la trama. Ciertamente, me gusta mucho cómo está escrita y lo que cuenta, pero lo que más me gusta es lo mucho que consigue sorprender, y porque significa una cosa muy sencilla: que los quieroynopuedo, los medianías, podemos aspirar a algún tipo de gloria. Puede que no sea una gloria con mayúsculas, y puede que sea una gloria “asistida”. Pero al igual que en “El extraño”, consigue girar una tuerca extraña dentro de nuestra cabeza, y las cenizas en las que un día nos transformaremos no pueden mas que quitarse el sombrero.

PD: Prometo que el bitácora no se acabará transformando en un “Fran nos cuenta su vida” y ya sé que mi idea era alternar los artículos de cultura con los de conducción. Pero como dice la sabiduría popular, “el blog es mío y le pongo los pantalones campana que quiero”.